Ilustración: Hernán Marín
“A mí me gustan mucho los colores contentos”
No es mi pretensión aquí explicar este bello dicho. Pero tampoco podía dejar pasar la oportunidad para comentar en este libro el enorme gusto que siento, desmedido tal vez, al leer tan hermosa metáfora. “A mí me gustan mucho los colores contentos”...“contentos como yo”, le faltó decir a Rosita. Porque fue así como siempre se le vió, no obstante la afectación que mostraba en su rostro con muecas de desprecio o las palabras soeces que echaba su boca cuando no le gustaba el proceder de alguien con ella. Nunca le faltaron palabras contentas, como los colores que le gustaban, para referirse a casi todo lo que pasaba por su cerebro. Puede decirse que tenía la gracia “a flor de piel”, aunque fuera precisamente su piel lo que no le gustaba mucho, se me ocurre que por tener un cierto matiz oscuro, un color poco contento.
Aquellos, los llamados por el común de la gente como “colores vivos” o “colores subidos”, ella los nombró como hay que nombrar algo cuando se quiere dejar claro a qué se hace referencia: “colores contentos”. A nadie se le ocurrirá decir que el término contento es un adjetivo que solamente es aplicable a los seres animados, como los racionales que manifestamos con risa nuestro contento, o a los irracionales que también brincan de contentos. Nadie dirá entonces que siendo el contento un manifiesto de satisfacción de los animales, no tiene sentido aplicarlo a los colores. Nada de eso. La metáfora “colores contentos” es tan clara que hasta llega a ser contundente, impresionante, diría también, sin temor a equivocarme.
Rosita fue coherente con sus principios y su proceder, aún en las cosas sencillas como el gusto que tenía por los colores. Una coherencia que mantuvo hasta en los momentos de su muerte, lo cual se nos hizo palpable a quienes quisimos percatarnos de ello. Por eso fue que, en su funeral, ella era de las pocas personas que vestían “colores contentos”.
Alguien dijo por ahí:
—Ella está vestida como si fuera para un paseo.
—No —dijo Lucía, su hija—. Está vestida con los colores que eligió para su funeral.
Fue una afirmación que no requería de explicaciones, al menos en
ese momento. Mas ahora puede decirse que así se lo manifestó Rosita a Lucía cuando supo que se acercaba su fin: “yo quiero que me entierren con colores contentos”.
Aquellos, los llamados por el común de la gente como “colores vivos” o “colores subidos”, ella los nombró como hay que nombrar algo cuando se quiere dejar claro a qué se hace referencia: “colores contentos”. A nadie se le ocurrirá decir que el término contento es un adjetivo que solamente es aplicable a los seres animados, como los racionales que manifestamos con risa nuestro contento, o a los irracionales que también brincan de contentos. Nadie dirá entonces que siendo el contento un manifiesto de satisfacción de los animales, no tiene sentido aplicarlo a los colores. Nada de eso. La metáfora “colores contentos” es tan clara que hasta llega a ser contundente, impresionante, diría también, sin temor a equivocarme.
Rosita fue coherente con sus principios y su proceder, aún en las cosas sencillas como el gusto que tenía por los colores. Una coherencia que mantuvo hasta en los momentos de su muerte, lo cual se nos hizo palpable a quienes quisimos percatarnos de ello. Por eso fue que, en su funeral, ella era de las pocas personas que vestían “colores contentos”.
Alguien dijo por ahí:
—Ella está vestida como si fuera para un paseo.
—No —dijo Lucía, su hija—. Está vestida con los colores que eligió para su funeral.
Fue una afirmación que no requería de explicaciones, al menos en
ese momento. Mas ahora puede decirse que así se lo manifestó Rosita a Lucía cuando supo que se acercaba su fin: “yo quiero que me entierren con colores contentos”.