Ilustración: Miguel Torres
La verdad y la mentira
Capítulo 11
Capítulo 11
Creo que voy aprendiendo el arte de novelar. En esta mañana, desde tempranísimo, anduve con Diego de Nicuesa, aprendiéndolo a partir de sus actos. Toda creación es una interpretación. Toda interpretación es una creación. Nadie sabe hoy en día cómo fue el cuerpo de Diego de Nicuesa. Yo le puse en mi novela uno, para el lector. Uno que es acorde con sus actos. Porque actos y cuerpos se corresponden. Algo en Nicuesa era deforme, en lo anímico, y por eso le deformé manos y piernas, acortándoselas al uso mongólico. Porque una caracterización no ha de ser únicamente anímica. Los cuerpos tienen también carácter: el de su forma (Escobar Velásquez, 2001: 292).
Quién no se ha hecho la pregunta, frente a la lectura de una novela o de un pasaje de la misma: ¿será esto cierto? La formulación de esta pregunta es una manifestación de la ilusión de realidad de la que se habló en el capítulo relativo al espacio, pero que ahora propongo mirar desde el punto de vista de la verdad y la mentira.
El carácter ficcional de la novela podría dejar de por sí abierto el entendimiento a considerar este tipo de obra literaria como mentirosa. Pero no. Posiblemente sean los visos de realidad que en ella están presentes los que, a sabiendas de su carácter, siguen originando en el lector, en muchas de las veces, la pregunta por la verdad, por la certeza de los hechos leídos. Muy seguramente han sido estos visos de realidad los que motivaron al escritor Luis Fernando Macías a preguntarle a Escobar Velásquez, en la entrevista publicada en el primer volumen de Cuentos completos:
El escritor Vargas Llosa (1996), en El arte de mentir, dice: “Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque ‘decir la verdad’ para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y ‘mentir’ ser incapaz de lograr esa superchería” (p. 273).
El lector entonces no es que crea lo que está leyendo, sino que entra en el juego de la ficción, él sabe de la naturaleza ficcional de la novela. Esto es, precisamente, lo que establece la diferencia entre ficción y mentira, pues, si el propósito de la novela fuera mentir, el lector tendría que desconocer esta intención. Por otro lado, las afirmaciones del personaje sobre la realidad son verdaderas en tanto que guardan correspondencia con ella. Es decir, la ficción se construye con elementos tomados de la realidad. Es una realidad de la cual, para poder novelarla, el escritor tuvo que haber conocido su entorno, su gente, costumbres y todo cuanto de más concierna a los hechos que serán narrados. Así se lo explica Todero a Milena, en la novela Un hombre llamado Todero, cuando ella lo presiona para que le explique lo que ella no puede entender: la razón por la que él ha dejado la industria que tenía y, sin necesitarlo, “se asocia con un negro en un negocio de pesitos”:
En el arte de novelar ―o, en mi opinión, el mal llamado a veces arte de la mentira― el escritor tiene la capacidad de generar en el lector la pregunta por la certeza o falsedad del texto novelístico, que bien podría tener una respuesta negativa en tanto se conteste: No. No es cierto puesto que no se están viendo los hechos como tales sino tan sólo palabras que los representan de manera subjetiva, porque dependen de los ojos que estén mirando el escenario que se representa. Un escenario en el que, por muy buena vista que se tenga de él, por mucho que se acerquen las palabras a la realidad, siempre será ficción. Pero también cabe la respuesta afirmativa en tanto se diga: Sí. Es cierto porque los hechos narrados hacen parte de la realidad, del mundo que nos circunda y la sola motivación por la pregunta con respecto a la certeza o falsedad de lo narrado deja ver la posibilidad real de que ello haya sucedido.
De todas maneras, independientemente de la pregunta que se haga el lector, es claro que la novela es una obra literaria de ficción en la que quizá la única verdad es que fue escrita por alguien en varios momentos en los que quiso mirar a través de una realidad creada por él. Italo Calvino (1995) discierne este asunto de la siguiente manera:
El novelista, a diferencia del historiador o el periodista —que producen textos “verdaderos”— produce textos ficcionales. Tomás Albaladejo (1996), en La ficción realista y la ley de máximos y mínimos, divide estos textos en dos categorías, de acuerdo con la relación de semejanza o de diferencia con la realidad efectiva: verosímiles e inverosímiles. Así, lo relatado en los textos ficcionales verosímiles, aunque no forman parte de aquella realidad, sí podrían pertenecer a la misma. En cambio, los textos ficcionales inverosímiles, no sólo no hacen parte de la realidad, sino que tampoco podrían llegar a serlo (de ahí su inverosimilitud).
Ahora bien, estos tres modelos de textos propuestos por Tomás Albaladejo (los verdaderos, los ficcionales verosímiles y los no verosímiles) son frecuentemente combinados por el novelista sin que por eso se creen otros modelos diferentes. Es decir, los textos ficcionales verosímiles pueden contener aspectos de la realidad efectiva, pero siguen siendo textos de ficción. Así mismo, los inverosímiles podrían contener verosimilitudes e, incluso, elementos de la realidad efectiva y, sin embargo, son en su conjunto inverosímiles. De todas maneras, por cercanos o alejados que estén de la realidad, y por mucho que se nos parezcan a ella, es bueno recordar que aún los textos realistas hacen parte del mundo de la ficción. La diferencia de esta literatura con los demás textos de ficción, está puesta en el hecho de que es un reflejo de la realidad: el autor la reproduce en un mundo creado por él.
A Escobar Velásquez lo conmovía la invasión española a América, como también lo conmovía la resistencia de los Caribes a esta invasión. Investigó entonces hasta donde le fue posible y registró nombres, hechos, lugares, fechas y cuanto dato pudo encontrar. Luego, describió espacios y narró acontecimientos, decorando con palabras agregadas. Tomó personajes, reales unos y creados otros, y les asignó su carácter, pensamiento, contextura física y lo demás que hubiera considerado necesario. Todo ello, hasta darle forma a la novela Muy Caribe está: una obra de ficción que refleja, de una manera pasmosa, la terrible realidad vivida por nuestros antepasados. Algo de este proceso lo cuenta el escritor, como se transcribe en el epígrafe de este capítulo.
Por otro lado, si la novela es ficción, lo que se dice en ella también lo es. Las frases que allí se encuentran, afirmativas o negativas, no son dichas por el novelista sino por el personaje que ha sido creado por él. Es así como, conforme con lo expuesto anteriormente, Escobar Velásquez procede a crear acciones para que sean llevadas a cabo por sus personajes y palabras que saldrán de la boca de los mismos. Así que no son verdades ni no son mentiras: son creaciones del escritor, amañadas, para que sean realizadas y dichas por sus personajes. Son ficción. Y esto, muy a pesar de que la invasión española haya sido efectivamente llevada a cabo con tanta o mayor crueldad.
El escritor no hace suyo lo que dice su personaje: tanto éste como “su discurso” son imaginaciones de él y, por tanto, no lo sostiene como propio, sino como su creación.
Posiblemente, de acuerdo con lo expuesto, pueda intentarse una explicación al fenómeno del gusto por la lectura de novelas, aun siendo textos de ficción: la vida es sólo una y cada persona tiene una manera diferente de vivirla. Sin embargo, en muchas ocasiones, deseamos vivirla de otra manera y es cuando encontramos en estos textos la posibilidad que buscamos. Nos introducimos entonces en la ficción, que es verdad para nosotros en ese momento, aunque al terminar la lectura tengamos que volver a la realidad.
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Quién no se ha hecho la pregunta, frente a la lectura de una novela o de un pasaje de la misma: ¿será esto cierto? La formulación de esta pregunta es una manifestación de la ilusión de realidad de la que se habló en el capítulo relativo al espacio, pero que ahora propongo mirar desde el punto de vista de la verdad y la mentira.
El carácter ficcional de la novela podría dejar de por sí abierto el entendimiento a considerar este tipo de obra literaria como mentirosa. Pero no. Posiblemente sean los visos de realidad que en ella están presentes los que, a sabiendas de su carácter, siguen originando en el lector, en muchas de las veces, la pregunta por la verdad, por la certeza de los hechos leídos. Muy seguramente han sido estos visos de realidad los que motivaron al escritor Luis Fernando Macías a preguntarle a Escobar Velásquez, en la entrevista publicada en el primer volumen de Cuentos completos:
—¿Qué tanto hay de cierto en Alaín y qué tanto es ficción?, ¿cuál es la intención…?
—Yo no quería hacer historia, quise hacer novela. Alaín ha sufrido tantas modificaciones como los otros personajes, porque la vida no suele ser perfecta, las cosas de la vida son interesantes pero no, a veces no tienen un final feliz o un final adecuado, literario, etc. He partido, en la mayoría de las obras, de la realidad, pero la modifico según la necesito para que sea lo más perfecta posible (p. 11).
El escritor Vargas Llosa (1996), en El arte de mentir, dice: “Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque ‘decir la verdad’ para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y ‘mentir’ ser incapaz de lograr esa superchería” (p. 273).
El lector entonces no es que crea lo que está leyendo, sino que entra en el juego de la ficción, él sabe de la naturaleza ficcional de la novela. Esto es, precisamente, lo que establece la diferencia entre ficción y mentira, pues, si el propósito de la novela fuera mentir, el lector tendría que desconocer esta intención. Por otro lado, las afirmaciones del personaje sobre la realidad son verdaderas en tanto que guardan correspondencia con ella. Es decir, la ficción se construye con elementos tomados de la realidad. Es una realidad de la cual, para poder novelarla, el escritor tuvo que haber conocido su entorno, su gente, costumbres y todo cuanto de más concierna a los hechos que serán narrados. Así se lo explica Todero a Milena, en la novela Un hombre llamado Todero, cuando ella lo presiona para que le explique lo que ella no puede entender: la razón por la que él ha dejado la industria que tenía y, sin necesitarlo, “se asocia con un negro en un negocio de pesitos”:
Si voy a escribir una novela, o seis, y una de ellas sobre esta región, necesito conocerla. Y necesito conocer a sus gentes. Y necesito saber qué hacen. Y cómo lo hacen, y cuándo lo hacen. Y a qué horas. Y hasta la cara que ponen haciéndolo… El novelista, me parece, no inventa nada, sino que transcribe. Y si se pone a inventar, la novela que escriba sabrá a caca y a mentira, como muchas que sé… (p. 84).
En el arte de novelar ―o, en mi opinión, el mal llamado a veces arte de la mentira― el escritor tiene la capacidad de generar en el lector la pregunta por la certeza o falsedad del texto novelístico, que bien podría tener una respuesta negativa en tanto se conteste: No. No es cierto puesto que no se están viendo los hechos como tales sino tan sólo palabras que los representan de manera subjetiva, porque dependen de los ojos que estén mirando el escenario que se representa. Un escenario en el que, por muy buena vista que se tenga de él, por mucho que se acerquen las palabras a la realidad, siempre será ficción. Pero también cabe la respuesta afirmativa en tanto se diga: Sí. Es cierto porque los hechos narrados hacen parte de la realidad, del mundo que nos circunda y la sola motivación por la pregunta con respecto a la certeza o falsedad de lo narrado deja ver la posibilidad real de que ello haya sucedido.
De todas maneras, independientemente de la pregunta que se haga el lector, es claro que la novela es una obra literaria de ficción en la que quizá la única verdad es que fue escrita por alguien en varios momentos en los que quiso mirar a través de una realidad creada por él. Italo Calvino (1995) discierne este asunto de la siguiente manera:
Tú, que estás leyendo, estás obligado a creer una sola cosa: que lo que estás leyendo es algo que alguien ha escrito en un momento anterior. Lo que lees sucede en un universo especial que es el de la palabra escrita” (p. 341).
El novelista, a diferencia del historiador o el periodista —que producen textos “verdaderos”— produce textos ficcionales. Tomás Albaladejo (1996), en La ficción realista y la ley de máximos y mínimos, divide estos textos en dos categorías, de acuerdo con la relación de semejanza o de diferencia con la realidad efectiva: verosímiles e inverosímiles. Así, lo relatado en los textos ficcionales verosímiles, aunque no forman parte de aquella realidad, sí podrían pertenecer a la misma. En cambio, los textos ficcionales inverosímiles, no sólo no hacen parte de la realidad, sino que tampoco podrían llegar a serlo (de ahí su inverosimilitud).
Ahora bien, estos tres modelos de textos propuestos por Tomás Albaladejo (los verdaderos, los ficcionales verosímiles y los no verosímiles) son frecuentemente combinados por el novelista sin que por eso se creen otros modelos diferentes. Es decir, los textos ficcionales verosímiles pueden contener aspectos de la realidad efectiva, pero siguen siendo textos de ficción. Así mismo, los inverosímiles podrían contener verosimilitudes e, incluso, elementos de la realidad efectiva y, sin embargo, son en su conjunto inverosímiles. De todas maneras, por cercanos o alejados que estén de la realidad, y por mucho que se nos parezcan a ella, es bueno recordar que aún los textos realistas hacen parte del mundo de la ficción. La diferencia de esta literatura con los demás textos de ficción, está puesta en el hecho de que es un reflejo de la realidad: el autor la reproduce en un mundo creado por él.
A Escobar Velásquez lo conmovía la invasión española a América, como también lo conmovía la resistencia de los Caribes a esta invasión. Investigó entonces hasta donde le fue posible y registró nombres, hechos, lugares, fechas y cuanto dato pudo encontrar. Luego, describió espacios y narró acontecimientos, decorando con palabras agregadas. Tomó personajes, reales unos y creados otros, y les asignó su carácter, pensamiento, contextura física y lo demás que hubiera considerado necesario. Todo ello, hasta darle forma a la novela Muy Caribe está: una obra de ficción que refleja, de una manera pasmosa, la terrible realidad vivida por nuestros antepasados. Algo de este proceso lo cuenta el escritor, como se transcribe en el epígrafe de este capítulo.
Por otro lado, si la novela es ficción, lo que se dice en ella también lo es. Las frases que allí se encuentran, afirmativas o negativas, no son dichas por el novelista sino por el personaje que ha sido creado por él. Es así como, conforme con lo expuesto anteriormente, Escobar Velásquez procede a crear acciones para que sean llevadas a cabo por sus personajes y palabras que saldrán de la boca de los mismos. Así que no son verdades ni no son mentiras: son creaciones del escritor, amañadas, para que sean realizadas y dichas por sus personajes. Son ficción. Y esto, muy a pesar de que la invasión española haya sido efectivamente llevada a cabo con tanta o mayor crueldad.
El escritor no hace suyo lo que dice su personaje: tanto éste como “su discurso” son imaginaciones de él y, por tanto, no lo sostiene como propio, sino como su creación.
Posiblemente, de acuerdo con lo expuesto, pueda intentarse una explicación al fenómeno del gusto por la lectura de novelas, aun siendo textos de ficción: la vida es sólo una y cada persona tiene una manera diferente de vivirla. Sin embargo, en muchas ocasiones, deseamos vivirla de otra manera y es cuando encontramos en estos textos la posibilidad que buscamos. Nos introducimos entonces en la ficción, que es verdad para nosotros en ese momento, aunque al terminar la lectura tengamos que volver a la realidad.