Memorias de una aventura
Sin detenerse a considerarlo mucho, se desnudó
y sumergió su cuerpo en la fresca corriente.
Antón Chejov en Historia de un contrabajo.
y sumergió su cuerpo en la fresca corriente.
Antón Chejov en Historia de un contrabajo.
Fue el segundo en hacerlo porque la decisión primera fue de ella quien, sintiéndose atraída por la transparencia y frescura del agua, se había desnudado, cuando estuvo sola, entretenido él con la visión de aquel lugar, y se echó a nadar rompiendo la transparente quietud del embalse. Cuando él la vio, quiso también imitarla. Entonces ella salió del agua y corrió a buscar sus ropas, esforzándose por cubrir su cuerpo y desatendiendo la invitación de él para ir juntos a nadar. Sin embargo, el embrujo de aquel lugar era como una fuerza que lo empujaba a deshacerse de ropas y fue por eso que él también lo hizo. Nunca había sentido la desnudez tan hondamente. El agua fría le acariciaba todo el cuerpo, a la vez que sentía que ella también lo acariciaba con la mirada, mientras permanecía sentada en una piedra, al lado del pequeño embalse natural. Fue hasta la cascada y se metió debajo de los muchos hilos formados por infinitas gotas que caían perpendiculares a la superficie. Entonces empezaron a rebotar en su piel, juguetones, aquellos delgados hilos, para deshacerse en goticas tantas que se esparcían y pegaban contra la roca que servía de fondo al paisaje. Luego, se zambulló nuevamente y salió. No fue mucho el tiempo que estuvo dentro del agua, como tampoco lo había estado ella, pero sí suficiente para que aquella aventura quedara impresa por siempre en su memoria.