Ilustración: Hernán Marín
Prólogo
Hace veinticinco años que empezó este proyecto. Sin embargo, sólo hasta hace cuatro años me di cuenta de la idea que tenía. Así, sin más teoría que mi amor y sin más pretensiones que guardar la memoria, comencé a anotar frasecitas en cada pedazo de papel que encontraba. Se volvió costumbre para mi tener un lápiz en mi bolsillo que no alcanzaba los siete centímetros de longitud. Creo que nunca he disfrutado tanto una idea y creo que ninguna idea la he desarrollado por tanto tiempo.
El lapicito fue apuntado en hojas y hojas y hojas y hojas hasta que un día comencé a pensar que debía darle un orden a mi “trabajo”. Ese fue el inicio de la digitalización de cada palabra, cada expresión, cada acento, siempre con la misma idea en mi cabeza: hay que guardar la memoria. Somos muchos en un solo cuerpo, somos tantos como personas hemos conocido y amado. Creo fielmente en que a todos ellos les dimos algo y que todos ellos nos dejaron algo. Sin embargo, y sin querer entrar en discusiones de la materialidad o la inmaterialidad del ser, me limitaré a decir que somos en tanto nos recuerden.
Mi abuela ha sido, desde que mis padres tienen memoria, una luchadora incansable. También ha sido, desde que yo tengo memoria, la pensadora más grande que he conocido. Y lo digo con orgullo: una campesina de San Pedro de los Milagros ha reflexionado y teorizado más sobre la vida que yo, que empiezo a cursar mis estudios superiores.
Dejo entonces constancia escrita, visual y auditiva* de lo que ha sido la filosofía de Doña Rosa que, aparte de ser mi abuela materna y brindarme su afecto, es el más grande referente teórico de mis días. Y ella, humildemente, considera que “me quedé sin saber si era inteligente o no, porque ¿a dónde estudié?, ¿a dónde quemé yo esa etapa?, ¿usted cree que fue mucho estudiar correr a caballo por ahí por todos esos morros?”
Alejandro Valencia-Tobón
Noviembre de 2011
Manchester, UK.
*A menudo, se me antojaba importante registrar diversos hechos de la vida de mi abuela, tanto en fotografía como en video. Lo hice siempre que tuve oportunidad y, en todos los casos, con la complacencia de ella. Muchos de estos registros, escritos, visuales y auditivos, pueden verse en mi página.
El lapicito fue apuntado en hojas y hojas y hojas y hojas hasta que un día comencé a pensar que debía darle un orden a mi “trabajo”. Ese fue el inicio de la digitalización de cada palabra, cada expresión, cada acento, siempre con la misma idea en mi cabeza: hay que guardar la memoria. Somos muchos en un solo cuerpo, somos tantos como personas hemos conocido y amado. Creo fielmente en que a todos ellos les dimos algo y que todos ellos nos dejaron algo. Sin embargo, y sin querer entrar en discusiones de la materialidad o la inmaterialidad del ser, me limitaré a decir que somos en tanto nos recuerden.
Mi abuela ha sido, desde que mis padres tienen memoria, una luchadora incansable. También ha sido, desde que yo tengo memoria, la pensadora más grande que he conocido. Y lo digo con orgullo: una campesina de San Pedro de los Milagros ha reflexionado y teorizado más sobre la vida que yo, que empiezo a cursar mis estudios superiores.
Dejo entonces constancia escrita, visual y auditiva* de lo que ha sido la filosofía de Doña Rosa que, aparte de ser mi abuela materna y brindarme su afecto, es el más grande referente teórico de mis días. Y ella, humildemente, considera que “me quedé sin saber si era inteligente o no, porque ¿a dónde estudié?, ¿a dónde quemé yo esa etapa?, ¿usted cree que fue mucho estudiar correr a caballo por ahí por todos esos morros?”
Alejandro Valencia-Tobón
Noviembre de 2011
Manchester, UK.
*A menudo, se me antojaba importante registrar diversos hechos de la vida de mi abuela, tanto en fotografía como en video. Lo hice siempre que tuve oportunidad y, en todos los casos, con la complacencia de ella. Muchos de estos registros, escritos, visuales y auditivos, pueden verse en mi página.