Ilustración: Hernán Marín
“La violencia engendra violencia...contra los pobres animalitos de Dios”
La afirmación, poco cuestionada por cuanto la historia y la misma experiencia personal lo ratifican sobradamente, según la cual “la violencia engendra violencia” no nació en la boca de Rosita. Incluso, hasta se ha convertido en lugar común para todo aquel que pretenda justificar sus actos de fuerza. La diferencia con este dicho radica, y de ahí su carácter antológico, en el énfasis puesto en la segunda parte: “... contra los pobres animalitos de Dios”.
Parto entonces de considerar que Rosita era, como todas las abuelas, una mujer pacífica. Claro que no faltará quien diga que la oyó lanzar vituperios contra muchos y enfadarse con otros tantos. Pero eso no habla de su supuesto carácter violento porque aquella actitud es común a todos los humanos. Sus oprobios no pasaban de ser exclamaciones con las que se refería a tal o cual persona con la que se sintió ofendida, mas nunca se le vio enfrentarse a aquel otro con palabras humillantes o herirlo en su amor propio. Lo que sí hizo fue tratar sin consideración a las ratas, pero a las de cuatro patas, cuando se acercaban a su morada. Es bueno hacer la claridad porque, en otras ocasiones, tuvo enfrente suyo a pequeños ladroncitos que se entraban a su solar para robarse los frutos de los árboles, bien que fueran naranjas, limones, papayas o cidras. Cuando los llegó a ver, lo más que les decía era algo así como: “Ve, muchachito: ¿vos por qué me estás dañando el árbol?”
Así que, no obstante lo que haya sabido Rosita de la violencia ocurrida en este País, por más que haya visto la de esta Ciudad, o por mucho que haya sufrido y vivido en cuerpo y mente y espíritu propios la violencia desatada contra uno de sus hijos, ello nunca engendró violencia en su ser interno. Lo más que hizo fue maldecir a los asesinos, a quienes nunca perdonó, a pesar del amedrentamiento del que fue presa por lo que pudiera pasarle en un “más allá”. Desde la ocurrencia de aquellos hechos hasta el día de su muerte, ella vivió la ambivalencia de amar el perdón y no querer redimir a quienes le causaron la mayor pérdida de su vida. Tal vez cuando ella sentía ese fuego interior que a veces mueve a uno hacia la destrucción, era cuando desfogaba hacia las ratas su pulsión de muerte para regresar entonces a aquel estado de placidez que la llevaba a afirmar: “la violencia engendra violencia...contra los pobres animalitos de Dios”.
Parto entonces de considerar que Rosita era, como todas las abuelas, una mujer pacífica. Claro que no faltará quien diga que la oyó lanzar vituperios contra muchos y enfadarse con otros tantos. Pero eso no habla de su supuesto carácter violento porque aquella actitud es común a todos los humanos. Sus oprobios no pasaban de ser exclamaciones con las que se refería a tal o cual persona con la que se sintió ofendida, mas nunca se le vio enfrentarse a aquel otro con palabras humillantes o herirlo en su amor propio. Lo que sí hizo fue tratar sin consideración a las ratas, pero a las de cuatro patas, cuando se acercaban a su morada. Es bueno hacer la claridad porque, en otras ocasiones, tuvo enfrente suyo a pequeños ladroncitos que se entraban a su solar para robarse los frutos de los árboles, bien que fueran naranjas, limones, papayas o cidras. Cuando los llegó a ver, lo más que les decía era algo así como: “Ve, muchachito: ¿vos por qué me estás dañando el árbol?”
Así que, no obstante lo que haya sabido Rosita de la violencia ocurrida en este País, por más que haya visto la de esta Ciudad, o por mucho que haya sufrido y vivido en cuerpo y mente y espíritu propios la violencia desatada contra uno de sus hijos, ello nunca engendró violencia en su ser interno. Lo más que hizo fue maldecir a los asesinos, a quienes nunca perdonó, a pesar del amedrentamiento del que fue presa por lo que pudiera pasarle en un “más allá”. Desde la ocurrencia de aquellos hechos hasta el día de su muerte, ella vivió la ambivalencia de amar el perdón y no querer redimir a quienes le causaron la mayor pérdida de su vida. Tal vez cuando ella sentía ese fuego interior que a veces mueve a uno hacia la destrucción, era cuando desfogaba hacia las ratas su pulsión de muerte para regresar entonces a aquel estado de placidez que la llevaba a afirmar: “la violencia engendra violencia...contra los pobres animalitos de Dios”.