Un cuento basado en otro
En el marco de la conmemoración del primer aniversario del escritor brasileño Joaquim María Machado de Assis, se propuso, por parte de los encargados del evento, realizar un ejercicio literario en el que se tomara el primer párrafo del cuento Misa de gallo, de este escritor, y se construyera un cuento diferente, pero conservando el párrafo mencionado. A mí me llamó mucho la atención esta propuesta, y construí el cuento Conversación enigmática. Me gustó el resultado, pero luego vi innecesario aquel primer párrafo y lo retiré, ajustando el texto a la nueva versión:
Conversación enigmática
Versión inicial:
Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años, tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarlo a medianoche.
Me quedé entonces sentado en el andén de mi casa viendo pasar la navidad: ví al hombre ebrio que busca el árbol en donde vaciar su vejiga y al niño pobre jugando con su carro plástico, traído por un niño Dios también pobre, y a una señora de unos treinta años, extrañamente pálida a la luz de la lámpara de regular potencia que alumbraba la calle. Al verme se me acercó con pasos lentos y tímidos, pasos de buscar compañía, pasos de querer contar cosas ininteligibles, con la esperanza tal vez de que alguien, yo en ese caso, pudiera algún día entenderlas. Me dijo, sin saludar:
―El ser humano está lleno de afanes.
― ¿Qué dice?
―Que siempre, sin darnos cuenta, estamos buscando la muerte.
―No entiendo lo que quiere decirme. Pero cuénteme: ¿cuál es su nombre?
―Ángela Envida ―me dijo o eso fue lo que yo le entendí y no tuve tiempo de preguntarle más porque, mientras me ensimismé pensando en lo que acababa de oír, ella se fue… se fue…
― ¡Espere! ―le dije. Pero la mujer apresuró el paso.
Desde ese momento, y puedo decir que hasta ahora, yo me di a la tarea de tratar de interpretar las palabras que aquella señora me dijo. Tal vez, he pensado, ese niño que pasó jugando con el regalo del niño Dios pobre empezó a esperar, desde aquel mismo momento, a que llegara rápido el nuevo día de navidad. El borracho que acababa de pasar, cuando se me acercó aquella señora, seguramente preparó su celebración desde tiempo atrás y estuvo esperando con cierta inquietud la llegada de un día que pasó rápido, como pasa el tiempo, por estar hecho tan sólo de segundos. El cura estuvo preparando la misa de gallo con todo detalle y, un instante después de terminarla, que tampoco es mucho, nada quedó de ello. ¿Es esa la muerte de la que me quiso hablar la mujer de aquel día? ¿Es una manera de desear la muerte el hecho de querer que el día se acabe rápido, que llegue pronto el fin de semana, que vengan las vacaciones, que llegue la navidad, que pase el tiempo, que pase… que pase?
Al poco rato de haberse ido la señora empezaron a sonar las campanas de la iglesia, invitando a la misa de gallo. Entonces fui a buscar a mi vecino. Éste tardó poco en salir, todavía sin terminar de despabilar, y nos dirigimos hacia la iglesia. Nada le dije y él tampoco habló, tal vez como una manera de respetar mi silencio, durante el corto recorrido hasta la iglesia. Súbitamente sentí, a punto de entrar al templo, un frío intenso que recorrió todo mi cuerpo. Horrorizado, leí el anuncio que había en un cartel invitando a las exequias de una tal señora de nombre Ángela Envida.
Conversación enigmática
Versión final
Estaba yo sentado en el andén de mi casa viendo pasar la navidad, cuando ví a un hombre ebrio que buscaba un árbol en donde vaciar su vejiga; a un niño pobre jugando con un carrito plástico, traído por un niño Dios también pobre; a una señora, de quien me llamó la atención la extraña palidez que tenía. Al verme se acercó con pasos lentos y tímidos, pasos de querer contar cosas ininteligibles con la esperanza, tal vez, de que alguien pudiera entenderla. Me dijo, sin saludar:
―El ser humano está lleno de afanes.
―¿Qué dice?
―Que siempre, sin darnos cuenta, estamos buscando la muerte.
―No entiendo lo que quiere decirme. Pero cuénteme: ¿cuál es su nombre?
―Ángela Envida―me dijo o eso fue lo que yo entendí y no tuve tiempo de preguntarle más porque, mientras me ensimismé en lo que acababa de oír, ella se fue… se fue…
―¡Espere!―le dije. Pero la mujer apresuró el paso, en dirección a la iglesia.
Entonces quise interpretar las palabras que aquella señora me dijo: tal vez, pensé, el niño pobre que jugaba con el regalo del niño Dios también pobre empezó a esperar, desde aquel mismo momento, a que llegara rápido el nuevo día de navidad. El borracho, seguramente estuvo esperando con cierta inquietud la llegada de un día que pasó rápido, como pasa el tiempo, por estar hecho tan sólo de segundos. El cura estuvo preparando la misa de gallo con todo detalle y, un instante después de terminarla, nada quedó de ello. ¿Es esa la muerte de la que me quiso hablar la mujer aquella? ¿Es una manera de desear la muerte el hecho de querer que el día se acabe rápido, que llegue pronto el fin de semana, que vengan las vacaciones, que llegue la navidad, que pase el tiempo, que pase… que pase?
Al poco rato de haberse ido la señora empezaron a sonar las campanas de la iglesia, invitando a la misa de gallo. Entonces me dirigí al templo, no tanto animado por la misa sino con la intención de hablar de nuevo con la señora. Durante el corto recorrido estuve pensando en las palabras aquellas, pero mis pensamientos se interrumpieron súbitamente, al pasar frente la iglesia, a la vez que un frío intenso recorrió todo mi cuerpo. Horrorizado, leí el anuncio que había en un cartel invitando a las exequias de una tal señora de nombre Ángela Envida.
Conversación enigmática
Versión inicial:
Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años, tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarlo a medianoche.
Me quedé entonces sentado en el andén de mi casa viendo pasar la navidad: ví al hombre ebrio que busca el árbol en donde vaciar su vejiga y al niño pobre jugando con su carro plástico, traído por un niño Dios también pobre, y a una señora de unos treinta años, extrañamente pálida a la luz de la lámpara de regular potencia que alumbraba la calle. Al verme se me acercó con pasos lentos y tímidos, pasos de buscar compañía, pasos de querer contar cosas ininteligibles, con la esperanza tal vez de que alguien, yo en ese caso, pudiera algún día entenderlas. Me dijo, sin saludar:
―El ser humano está lleno de afanes.
― ¿Qué dice?
―Que siempre, sin darnos cuenta, estamos buscando la muerte.
―No entiendo lo que quiere decirme. Pero cuénteme: ¿cuál es su nombre?
―Ángela Envida ―me dijo o eso fue lo que yo le entendí y no tuve tiempo de preguntarle más porque, mientras me ensimismé pensando en lo que acababa de oír, ella se fue… se fue…
― ¡Espere! ―le dije. Pero la mujer apresuró el paso.
Desde ese momento, y puedo decir que hasta ahora, yo me di a la tarea de tratar de interpretar las palabras que aquella señora me dijo. Tal vez, he pensado, ese niño que pasó jugando con el regalo del niño Dios pobre empezó a esperar, desde aquel mismo momento, a que llegara rápido el nuevo día de navidad. El borracho que acababa de pasar, cuando se me acercó aquella señora, seguramente preparó su celebración desde tiempo atrás y estuvo esperando con cierta inquietud la llegada de un día que pasó rápido, como pasa el tiempo, por estar hecho tan sólo de segundos. El cura estuvo preparando la misa de gallo con todo detalle y, un instante después de terminarla, que tampoco es mucho, nada quedó de ello. ¿Es esa la muerte de la que me quiso hablar la mujer de aquel día? ¿Es una manera de desear la muerte el hecho de querer que el día se acabe rápido, que llegue pronto el fin de semana, que vengan las vacaciones, que llegue la navidad, que pase el tiempo, que pase… que pase?
Al poco rato de haberse ido la señora empezaron a sonar las campanas de la iglesia, invitando a la misa de gallo. Entonces fui a buscar a mi vecino. Éste tardó poco en salir, todavía sin terminar de despabilar, y nos dirigimos hacia la iglesia. Nada le dije y él tampoco habló, tal vez como una manera de respetar mi silencio, durante el corto recorrido hasta la iglesia. Súbitamente sentí, a punto de entrar al templo, un frío intenso que recorrió todo mi cuerpo. Horrorizado, leí el anuncio que había en un cartel invitando a las exequias de una tal señora de nombre Ángela Envida.
Conversación enigmática
Versión final
Estaba yo sentado en el andén de mi casa viendo pasar la navidad, cuando ví a un hombre ebrio que buscaba un árbol en donde vaciar su vejiga; a un niño pobre jugando con un carrito plástico, traído por un niño Dios también pobre; a una señora, de quien me llamó la atención la extraña palidez que tenía. Al verme se acercó con pasos lentos y tímidos, pasos de querer contar cosas ininteligibles con la esperanza, tal vez, de que alguien pudiera entenderla. Me dijo, sin saludar:
―El ser humano está lleno de afanes.
―¿Qué dice?
―Que siempre, sin darnos cuenta, estamos buscando la muerte.
―No entiendo lo que quiere decirme. Pero cuénteme: ¿cuál es su nombre?
―Ángela Envida―me dijo o eso fue lo que yo entendí y no tuve tiempo de preguntarle más porque, mientras me ensimismé en lo que acababa de oír, ella se fue… se fue…
―¡Espere!―le dije. Pero la mujer apresuró el paso, en dirección a la iglesia.
Entonces quise interpretar las palabras que aquella señora me dijo: tal vez, pensé, el niño pobre que jugaba con el regalo del niño Dios también pobre empezó a esperar, desde aquel mismo momento, a que llegara rápido el nuevo día de navidad. El borracho, seguramente estuvo esperando con cierta inquietud la llegada de un día que pasó rápido, como pasa el tiempo, por estar hecho tan sólo de segundos. El cura estuvo preparando la misa de gallo con todo detalle y, un instante después de terminarla, nada quedó de ello. ¿Es esa la muerte de la que me quiso hablar la mujer aquella? ¿Es una manera de desear la muerte el hecho de querer que el día se acabe rápido, que llegue pronto el fin de semana, que vengan las vacaciones, que llegue la navidad, que pase el tiempo, que pase… que pase?
Al poco rato de haberse ido la señora empezaron a sonar las campanas de la iglesia, invitando a la misa de gallo. Entonces me dirigí al templo, no tanto animado por la misa sino con la intención de hablar de nuevo con la señora. Durante el corto recorrido estuve pensando en las palabras aquellas, pero mis pensamientos se interrumpieron súbitamente, al pasar frente la iglesia, a la vez que un frío intenso recorrió todo mi cuerpo. Horrorizado, leí el anuncio que había en un cartel invitando a las exequias de una tal señora de nombre Ángela Envida.