Prosas poéticas
Alegría Blanca
En el antejardín de mi casa, hemos sembrado algunas plantas que nos alegran la vista, sobre todo, cuando vienen los pájaros a guarecerse de la lluvia y a comer los frutos de dos arbustos que también hay allí. A mí me gusta mirar las tonalidades de verde y sentir el aire que, luego de acariciar cada una de las plantas, untándose de su aroma, se dirige hacia mí para jugar con las páginas del libro que estoy leyendo.
Cuando Margarita, una vecina de piel blanca, avanzada en años, pasaba por allí, solía manifestar su extrañeza, sin dejar de sonreír, por la ausencia de flores en la jardinera. Según decía, “para ver el verde basta con mirar hacia las montañas”. Y la alegre Margarita continuaba su camino, con la sonrisa pegada a ella. En cierta ocasión, Margarita nos trajo una planta de su jardín:
―Siémbrenla, para que les alegre la jardinera― nos dijo.
―¿Cómo se llama la planta? ―pregunté.
―Alegría ―dijo― y produce flores blancas.
A los pocos días fue que vino la pandemia del Covid y alcanzó a la blanca Margarita. A ella no la volvimos a ver, pero sí a su alegría blanca, que es saludada diariamente por algunas abejitas nativas.
El orden establecido
Un día quise protestar contra el orden establecido y alguien ordenó que me pusieran preso, porque el orden era un mandato que había que observar. Entonces pasó un tiempo en el que estuve, simplemente, observando el orden, sin considerar siquiera la importancia del disenso, y otra vez ordenaron mi apresamiento pues podría ser que algo estuviera planeando contra el orden establecido.
El color del miedo
Para mi papá
Aquella noche, la calma que tanto lo caracterizaba se le salió por los poros y en cambio se le metió un raro escalofrío por todo el cuerpo. Entonces él quiso saber de qué color era el miedo, ese miedo que ya lo invadía, pero la oscuridad de la noche no le dejó distinguir alguna tonalidad en la vestimenta de los llegados.
Al percatarse de que no había algo que le hiciera saber si el suyo era el mismo color decidió mirarse la piel, que permanecía erizada, y pensó que, quizá, no habría porqué tener miedo azul. Por un momento sintió un alivio identitario y entonces la intensidad del escalofrío azul empezó a bajar, a bajar… hasta que, de pronto, recordó que los que estaban dentro de la casa, tenían un color diferente. Fue cuando el horror se apoderó de él.
¡Váyase!, le dijeron los que llegaron y él corrió… corrió… corrió monte adentro pero luego se detuvo para mirar en dirección a la finca. Miró y miró, pero lo único que pudo ver fue la silueta de los árboles desde donde salían algunos gritos enrojecidos. Entonces sintió que su desteñido azul empezaba a tornarse color violeta con una tonalidad rojiza.
Todo por la libertad
Me parece que la vida solamente tiene sentido cuando se es libre. Por tanto, si yo hubiera vivido el momento de la invasión española habría querido ser un guane y acompañar al cacique Guanentá en el suicidio colectivo, según se cuenta, por el Cañón del Chicamocha, para mostrarle al invasor que la dignidad de los que habitamos esta tierra está muy por encima del sometimiento.
Pero como, quizá, vos también vivirías en el cuerpo de una mujer guane, me dolería mucho imaginarte víctima de la masacre perpetrada por aquellos salvajes, en venganza por no haber podido capturar vivos a los hombres de la tribu.
Y si hubiéramos vivido en la época libertaria me gustaría haber sido un Antonio Galán y que vos hubieras sido una Manuela Beltrán y yo morir descuartizado y vos morir fusilada y todo por la libertad: pero esto no fue.
Yo no fui el Galán que pudo haber estado con Beltrán, pero sí he querido galantearte a vos.
Ilusión
—¿Por qué nos separamos, aunque nos amamos?
Preguntó ella con voz dolida.
—Será que a veces los rencores pueden más.
Respondió él con dejo nostálgico.
—¿Qué pasó con tus fantasías?
Inquirió ella con incitación.
—Es mejor tener ganas que quitarlas.
Refutó él con su humedad.
Un dios nesciente
Parece que, a veces, los pueblos tienen que pagar la desmesura de sus dioses. De manera que, probablemente, fue una falta de prudencia lo que sucedió con el dios que dijo a los israelitas que ellos eran su pueblo elegido, prometiéndoles, además, una tierra en la que podrían vivir en paz. Vivir en paz en un mundo que había sido creado para la guerra. La guerra que se desató cuando los israelíes llegaron a ser gobernados por fanáticos borrachos por el poder que, tomando la promesa a la letra, y considerando que el fin justificaba los medios, se dieron al exterminio del pueblo palestino porque estaba ocupando la tierra que supuesta y divinamente se les había prometido solamente a ellos. Y, por lo visto, ese mismo dios también perdió el atributo de la omnisciencia, al no percatarse del rumbo por el que se le está dirigiendo a su supuesto pueblo elegido. ¿Qué dios puede ser aquel del que se dice que tiene pueblos elegidos?
El perdón
Hubo una mujer devota que no quiso perdonar, aun estando a las puertas de la muerte. A pesar de que ella creía que Dios la espiaba, decidió no caer en la trampa del olvido, por mucho que fuera este un gesto de piedad, porque la podredumbre de sus victimarios todavía seguía asqueando. Con mucho temor, después de dar su último halito de vida, notó que Dios, disimuladamente, estaba mirando hacia otro lado.
Utopía
Pensar que pueda llegar a haber una sociedad futura que favorezca el bien humano, quizá sea la mejor definición del término. Del término utopía, por supuesto. Supuesto era que la esperanza iba a ser lo último que se daría por perdido. Perdido éste ánimo que se tuvo por el bien solidario, es de entender que la reconciliación con el que asesina lo que amo, o a quien amo, también puede ser una utopía.
Cuábroles
Los tréboles de cuatro hojas no existen porque la sola expresión es vacía en sí misma. Los que tienen cuatro hojas son cuábroles, pero no son de buena suerte porque los que dan buena suerte son los tréboles de cuatro hojas. Esto nos lleva a concluir que tampoco la buena suerte existe y por eso es que la vida se nos va en espera cuando nos atenemos a la susodicha.
La soledad
A mí me gusta la soledad. Disfruto estando solo, caminando solo, saliendo solo en mi bicicleta. En esos casos, la soledad es mi gran compañera y solamente quiero estar con ella. Pero resulta que, como casi todo en la vida, cuando ya he pasado algún tiempo con ella, también me aburre y siento otra necesidad: la necesidad de tener a una Lucía al lado, aunque no a cualquier Lucía. Entonces voy donde ella, porque ella casi siempre está. Casi siempre, digo, porque ella requiere, como las plantas más delicadas, atención, cuidado y dedicación; necesita que se le cultive, que se le riegue, para que pueda llegar al lucimiento. Eso es lo que a mí me atrae sobremanera: aquello que me es más difícil de mantener. Pero no me imagino la soledad del exilado o la soledad de la exiliada, cuando quieren estar con su Lucía o con su Lucio y ella o él ya no están.
Todo por una mirada
Me gusta recordar la calle en la que nos vimos, aunque no es que recuerde precisamente la calle sino el parquecito que había en esa calle, que tampoco era el único parquecito pero sí en el que se presentaba una banda de música que, por cierto, no era la gran banda pero sus canciones hablaban de la inconformidad que teníamos con las decisiones del gobierno local, que ahora tampoco recuerdo si era o no mal gobierno pero lo que sí recuerdo es que por lo menos por aquella noche dejaron de importarme las decisiones gubernamentales y también las canciones de la banda porque cuando empezó a caer la lluvia, yo corrí a protegerte con mi paraguas y esa sí que fue una decisión importante puesto que, aunque no era la primera vez que nos veíamos, nunca nos habíamos mirado de tal manera.
¿Qué pasará después?
¿Y qué pasará cuando yo muera? Nada. Simplemente me recordarás por un ratico de ese rato que es lo que alcanzamos a ser, a vivir en este universo de millones de años de existencia. Ahí terminará lo que hubo de mi admiración por la mujer, sobre todo cuando su belleza es completada por una mente lúcida, como la tuya.
¿Y si vos morís primero? Nada pasará. También se me irán apagando los recuerdos, hasta que, en consecuencia, durante mi vejez ―es decir, con secuencia, en mi vejez― quizá sólo tendré presente que hubo una mujer que un día, para mi sorpresa, y sin que yo pueda saber por qué, decidió acompañarme durante una vida entera.
Cuando los perros mordieron
Llegaron como llega el que se considera dueño de aquello que cree haber visto primero. Los que aquí estaban no valían para ellos, pues no tenían religión ni cultura ni idioma y sus prendas de vestir eran escasas. Tampoco sabían de los buenos modales europeos. Eran abundantes en oro, pero cortos de mente, pues el oro les representaba menos que la chicha. Al comienzo, los llegados no hablaron. Los cañones de las naves hablaron primero. Luego, cuando desembarcaron, supieron que los de aquí no tenían armas, salvo ridículos arcos y pequeñas flechas, comparadas con las que disparaban sus poderosas ballestas. Pero pronto supieron que sus ballestas eran inútiles contra las pequeñas flechas envenenadas que tenían los de aquí. Fue cuando hablaron los arcabuces, que tenían voz de trueno y destello de rayo, y después soltaron los perros de guerra que traían, que mordieron y mordieron y mordieron.
He sabido
Mucho he sabido del sufrimiento, aunque muy poco lo haya vivido. He sabido del hambre, que cuando llega y no se atiende, hace de los músculos su propia comilona y los devora, lentamente, desde adentro. He sabido también que el frío, hermano menor del hambre, gusta de acomodarse entre los huesos y se va quedando, se va quedando hasta hacer doler. He sabido de la enfermedad, que reconoce al cuerpo débil para crecer en él. He sabido, en fin, de las injusticias, de las humillaciones, de los dolores. Pero lo único que he hecho es beber esos tragos amargos y morder rabias por todo eso que he sabido.
Cambiar el mundo
Cada uno tiene su propio mundo. Vive y actúa en él, conforme con lo que haya aprendido de su propia experiencia. Pero cuando la propia experiencia ha sido de permanente irrespeto, si se quiere cambiar al mundo es necesario cambiarse a sí mismo. A eso es a lo que muchas veces no estamos dispuestos: a hacer lo que sea para dejar de afectar al otro. Es simple: basta con entender que la libertad personal también tiene fronteras, las cuales están puestas justo en donde inicia el terreno del vecino. Y allá, en donde se encuentra la tierra de nadie, que es la tierra de todos, también es el respeto lo que hay que observar. Por eso conviene “ponerse en los zapatos de ese otro” y oler la zuela de esos zapatos, para entender por qué a veces la mierda del perro se convierte en el perro de mierda, siendo la mierda su dueño.
Exiliamos
No nos digamos mentiras: alguna vez hemos exiliado a alguien porque de alguna manera nos invade. Somos cuidadores de nuestro territorio o de lo que llamamos nuestro territorio sin serlo, solo porque lo hemos recorrido sin límites, bien que se llame país, ciudad, barrio o mujer, como aquella a quien por antonomasia llamo Luces.
Somos sobrevivientes
La única predestinación posible es la muerte, pero no en alusión al momento ni a la forma sino al hecho mismo, pues la vida es azarosa. Por azar no viajamos en el bus que se accidentó ni estuvimos en el lugar del derrumbe ni pasamos la vía un momento antes ni estábamos en el sitio por donde pasó la bala. Pero sí pudimos haber estado allí. Es por eso por lo que todos somos sobrevivientes. Hasta cuando el azar no esté de parte nuestra.
Microorganismos vanidosos
Siendo la tierra un punto en la galaxia y tan solo un puntico en el universo, y teniendo en cuenta nuestro esmero por dañar este planeta que habitamos, podría decirse que somos unos inútiles y despreciables microorganismos. Valemos menos que todo lo demás, pero nos pavoneamos mostrando nuestras opacas plumas.
Mi mejor cosecha
Voy sembrando y cosechando: un día sembré una especie de punticos minúsculos y, al cabo de un tiempo, encontré zanahorias de color anaranjado intenso. Otro día sembré granos amarillos y resultó maíz de esbeltas espigas. Luego extraje papitas pegadas de raicillas, cuando había sembrado no más que una. Más tarde sembré granos redondos y resultaron plantas con vainas largas que tenían en su interior bellas arvejas. Pero, de pronto, cuando sembré nuevamente, resultó que las plantas eran devoradas por insectos que supieron de la ausencia de germicidas en mi sembrado. Entonces entendí que no era esta mi habilidad y que había cultivos más importantes a los que les estaba restando dedicación. Fue cuando decidí dedicarme a tres cultivos: la lectura, la escritura y ella. Porque, en el centro de mis cultivos, hay una mujer de hermosos labios y cabellos como resorticos.
Venganzas sutiles
Hay hechos que se perdonan, se perdonan y hasta se olvidan. Hay otros que se perdonan, pero que nunca se olvidan. Hay otros que, simplemente, no se perdonan. Pero hay otros hechos, otros extremadamente irracionales, de los que podría esperarse una venganza similar. Pero cuando no se obra con la fuerza sino con la inteligencia, las venganzas son sutiles. Sutiles pero contundentes.
Ideologías
Desde mi entender, que puede no ser gran cosa, la histórica lucha entre ideologías que ha caracterizado a la humanidad solamente termina cuando todos pensemos igual. Es decir, nunca.
Los ojos de los viejos
Aunque todo el cuerpo sea viejo, hay algo excepcional en él: los ojos de los viejos, como los de los jóvenes, aunque de manera diferente, se deslumbran al ver algunas mujeres. Tal vez el joven vea en ellas la posibilidad de pasar una buena noche. El viejo en cambio ve lo inefable. Quizá la mayor representación de dios. Tal vez por eso preguntó el viejo Gelman: “¿Y si dios fuera una mujer?” Y por eso también respondió el viejo Benedetti: “Nos acercáramos a su divina desnudez”. Luego, no hay por qué recriminarle al viejo que sus ojos quieran irse detrás de las muchachas.
Inmigrante
Para Alejo
Allá lejos, habitando como extranjero podrás mirar por tu retrovisor y ver toda cosa mala que hay en este país. Pero como el retrovisor no selecciona, también verás algunas cosas buenas. Entonces las tomás a todas y las metés dentro de un talego y luego revolvés bien y después metés la mano y sacás una cualquiera de las cosas y, si es cosa mala, pensarás si ha sido menester irse mientras que otros aquí tratan de mejorar la cosa. Pero si la que sacaste es cosa buena, sabrás que este país aletargado, a veces, también despierta para guarecernos a todos bajo techo seguro, a pesar de la inseguridad.
Espero
Espero que cuando se me acabe definitivamente el día, no necesite de alguien que me ampare y que tampoco me sienta miserable y perdido. Pero si acaso así fuera a ocurrir, espero tener la capacidad de adelantar la noche.
Equipaje
A veces salgo en mi bicicleta. Salgo muy de mañana llevando como equipaje mis melancolías aun dormidas y mis ánimos muy despiertos, porque lo que escribí ayer me gustó.
La vida
—¿La vida es milagro?
—No.
—¿Qué es?
—Esencia
—¿Esencia de qué?
—Del ser.
—¿De cuál ser?
—Del ser orgánico.
—¿Y el inorgánico?
—No vive.
—¿Pero dura más?
—Sí.
—¿Cuánto le cuesta vivir?
—Nada.
—¿Cuánto le cuesta al humano?
—Mucho.
—¿Y si no puede pagar?
—Sufre.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta cuando muera.
—¿Y qué pasa después?
—Entra al reino de los cielos.
—¿Morir es un premio?
— …
En el antejardín de mi casa, hemos sembrado algunas plantas que nos alegran la vista, sobre todo, cuando vienen los pájaros a guarecerse de la lluvia y a comer los frutos de dos arbustos que también hay allí. A mí me gusta mirar las tonalidades de verde y sentir el aire que, luego de acariciar cada una de las plantas, untándose de su aroma, se dirige hacia mí para jugar con las páginas del libro que estoy leyendo.
Cuando Margarita, una vecina de piel blanca, avanzada en años, pasaba por allí, solía manifestar su extrañeza, sin dejar de sonreír, por la ausencia de flores en la jardinera. Según decía, “para ver el verde basta con mirar hacia las montañas”. Y la alegre Margarita continuaba su camino, con la sonrisa pegada a ella. En cierta ocasión, Margarita nos trajo una planta de su jardín:
―Siémbrenla, para que les alegre la jardinera― nos dijo.
―¿Cómo se llama la planta? ―pregunté.
―Alegría ―dijo― y produce flores blancas.
A los pocos días fue que vino la pandemia del Covid y alcanzó a la blanca Margarita. A ella no la volvimos a ver, pero sí a su alegría blanca, que es saludada diariamente por algunas abejitas nativas.
El orden establecido
Un día quise protestar contra el orden establecido y alguien ordenó que me pusieran preso, porque el orden era un mandato que había que observar. Entonces pasó un tiempo en el que estuve, simplemente, observando el orden, sin considerar siquiera la importancia del disenso, y otra vez ordenaron mi apresamiento pues podría ser que algo estuviera planeando contra el orden establecido.
El color del miedo
Para mi papá
Aquella noche, la calma que tanto lo caracterizaba se le salió por los poros y en cambio se le metió un raro escalofrío por todo el cuerpo. Entonces él quiso saber de qué color era el miedo, ese miedo que ya lo invadía, pero la oscuridad de la noche no le dejó distinguir alguna tonalidad en la vestimenta de los llegados.
Al percatarse de que no había algo que le hiciera saber si el suyo era el mismo color decidió mirarse la piel, que permanecía erizada, y pensó que, quizá, no habría porqué tener miedo azul. Por un momento sintió un alivio identitario y entonces la intensidad del escalofrío azul empezó a bajar, a bajar… hasta que, de pronto, recordó que los que estaban dentro de la casa, tenían un color diferente. Fue cuando el horror se apoderó de él.
¡Váyase!, le dijeron los que llegaron y él corrió… corrió… corrió monte adentro pero luego se detuvo para mirar en dirección a la finca. Miró y miró, pero lo único que pudo ver fue la silueta de los árboles desde donde salían algunos gritos enrojecidos. Entonces sintió que su desteñido azul empezaba a tornarse color violeta con una tonalidad rojiza.
Todo por la libertad
Me parece que la vida solamente tiene sentido cuando se es libre. Por tanto, si yo hubiera vivido el momento de la invasión española habría querido ser un guane y acompañar al cacique Guanentá en el suicidio colectivo, según se cuenta, por el Cañón del Chicamocha, para mostrarle al invasor que la dignidad de los que habitamos esta tierra está muy por encima del sometimiento.
Pero como, quizá, vos también vivirías en el cuerpo de una mujer guane, me dolería mucho imaginarte víctima de la masacre perpetrada por aquellos salvajes, en venganza por no haber podido capturar vivos a los hombres de la tribu.
Y si hubiéramos vivido en la época libertaria me gustaría haber sido un Antonio Galán y que vos hubieras sido una Manuela Beltrán y yo morir descuartizado y vos morir fusilada y todo por la libertad: pero esto no fue.
Yo no fui el Galán que pudo haber estado con Beltrán, pero sí he querido galantearte a vos.
Ilusión
—¿Por qué nos separamos, aunque nos amamos?
Preguntó ella con voz dolida.
—Será que a veces los rencores pueden más.
Respondió él con dejo nostálgico.
—¿Qué pasó con tus fantasías?
Inquirió ella con incitación.
—Es mejor tener ganas que quitarlas.
Refutó él con su humedad.
Un dios nesciente
Parece que, a veces, los pueblos tienen que pagar la desmesura de sus dioses. De manera que, probablemente, fue una falta de prudencia lo que sucedió con el dios que dijo a los israelitas que ellos eran su pueblo elegido, prometiéndoles, además, una tierra en la que podrían vivir en paz. Vivir en paz en un mundo que había sido creado para la guerra. La guerra que se desató cuando los israelíes llegaron a ser gobernados por fanáticos borrachos por el poder que, tomando la promesa a la letra, y considerando que el fin justificaba los medios, se dieron al exterminio del pueblo palestino porque estaba ocupando la tierra que supuesta y divinamente se les había prometido solamente a ellos. Y, por lo visto, ese mismo dios también perdió el atributo de la omnisciencia, al no percatarse del rumbo por el que se le está dirigiendo a su supuesto pueblo elegido. ¿Qué dios puede ser aquel del que se dice que tiene pueblos elegidos?
El perdón
Hubo una mujer devota que no quiso perdonar, aun estando a las puertas de la muerte. A pesar de que ella creía que Dios la espiaba, decidió no caer en la trampa del olvido, por mucho que fuera este un gesto de piedad, porque la podredumbre de sus victimarios todavía seguía asqueando. Con mucho temor, después de dar su último halito de vida, notó que Dios, disimuladamente, estaba mirando hacia otro lado.
Utopía
Pensar que pueda llegar a haber una sociedad futura que favorezca el bien humano, quizá sea la mejor definición del término. Del término utopía, por supuesto. Supuesto era que la esperanza iba a ser lo último que se daría por perdido. Perdido éste ánimo que se tuvo por el bien solidario, es de entender que la reconciliación con el que asesina lo que amo, o a quien amo, también puede ser una utopía.
Cuábroles
Los tréboles de cuatro hojas no existen porque la sola expresión es vacía en sí misma. Los que tienen cuatro hojas son cuábroles, pero no son de buena suerte porque los que dan buena suerte son los tréboles de cuatro hojas. Esto nos lleva a concluir que tampoco la buena suerte existe y por eso es que la vida se nos va en espera cuando nos atenemos a la susodicha.
La soledad
A mí me gusta la soledad. Disfruto estando solo, caminando solo, saliendo solo en mi bicicleta. En esos casos, la soledad es mi gran compañera y solamente quiero estar con ella. Pero resulta que, como casi todo en la vida, cuando ya he pasado algún tiempo con ella, también me aburre y siento otra necesidad: la necesidad de tener a una Lucía al lado, aunque no a cualquier Lucía. Entonces voy donde ella, porque ella casi siempre está. Casi siempre, digo, porque ella requiere, como las plantas más delicadas, atención, cuidado y dedicación; necesita que se le cultive, que se le riegue, para que pueda llegar al lucimiento. Eso es lo que a mí me atrae sobremanera: aquello que me es más difícil de mantener. Pero no me imagino la soledad del exilado o la soledad de la exiliada, cuando quieren estar con su Lucía o con su Lucio y ella o él ya no están.
Todo por una mirada
Me gusta recordar la calle en la que nos vimos, aunque no es que recuerde precisamente la calle sino el parquecito que había en esa calle, que tampoco era el único parquecito pero sí en el que se presentaba una banda de música que, por cierto, no era la gran banda pero sus canciones hablaban de la inconformidad que teníamos con las decisiones del gobierno local, que ahora tampoco recuerdo si era o no mal gobierno pero lo que sí recuerdo es que por lo menos por aquella noche dejaron de importarme las decisiones gubernamentales y también las canciones de la banda porque cuando empezó a caer la lluvia, yo corrí a protegerte con mi paraguas y esa sí que fue una decisión importante puesto que, aunque no era la primera vez que nos veíamos, nunca nos habíamos mirado de tal manera.
¿Qué pasará después?
¿Y qué pasará cuando yo muera? Nada. Simplemente me recordarás por un ratico de ese rato que es lo que alcanzamos a ser, a vivir en este universo de millones de años de existencia. Ahí terminará lo que hubo de mi admiración por la mujer, sobre todo cuando su belleza es completada por una mente lúcida, como la tuya.
¿Y si vos morís primero? Nada pasará. También se me irán apagando los recuerdos, hasta que, en consecuencia, durante mi vejez ―es decir, con secuencia, en mi vejez― quizá sólo tendré presente que hubo una mujer que un día, para mi sorpresa, y sin que yo pueda saber por qué, decidió acompañarme durante una vida entera.
Cuando los perros mordieron
Llegaron como llega el que se considera dueño de aquello que cree haber visto primero. Los que aquí estaban no valían para ellos, pues no tenían religión ni cultura ni idioma y sus prendas de vestir eran escasas. Tampoco sabían de los buenos modales europeos. Eran abundantes en oro, pero cortos de mente, pues el oro les representaba menos que la chicha. Al comienzo, los llegados no hablaron. Los cañones de las naves hablaron primero. Luego, cuando desembarcaron, supieron que los de aquí no tenían armas, salvo ridículos arcos y pequeñas flechas, comparadas con las que disparaban sus poderosas ballestas. Pero pronto supieron que sus ballestas eran inútiles contra las pequeñas flechas envenenadas que tenían los de aquí. Fue cuando hablaron los arcabuces, que tenían voz de trueno y destello de rayo, y después soltaron los perros de guerra que traían, que mordieron y mordieron y mordieron.
He sabido
Mucho he sabido del sufrimiento, aunque muy poco lo haya vivido. He sabido del hambre, que cuando llega y no se atiende, hace de los músculos su propia comilona y los devora, lentamente, desde adentro. He sabido también que el frío, hermano menor del hambre, gusta de acomodarse entre los huesos y se va quedando, se va quedando hasta hacer doler. He sabido de la enfermedad, que reconoce al cuerpo débil para crecer en él. He sabido, en fin, de las injusticias, de las humillaciones, de los dolores. Pero lo único que he hecho es beber esos tragos amargos y morder rabias por todo eso que he sabido.
Cambiar el mundo
Cada uno tiene su propio mundo. Vive y actúa en él, conforme con lo que haya aprendido de su propia experiencia. Pero cuando la propia experiencia ha sido de permanente irrespeto, si se quiere cambiar al mundo es necesario cambiarse a sí mismo. A eso es a lo que muchas veces no estamos dispuestos: a hacer lo que sea para dejar de afectar al otro. Es simple: basta con entender que la libertad personal también tiene fronteras, las cuales están puestas justo en donde inicia el terreno del vecino. Y allá, en donde se encuentra la tierra de nadie, que es la tierra de todos, también es el respeto lo que hay que observar. Por eso conviene “ponerse en los zapatos de ese otro” y oler la zuela de esos zapatos, para entender por qué a veces la mierda del perro se convierte en el perro de mierda, siendo la mierda su dueño.
Exiliamos
No nos digamos mentiras: alguna vez hemos exiliado a alguien porque de alguna manera nos invade. Somos cuidadores de nuestro territorio o de lo que llamamos nuestro territorio sin serlo, solo porque lo hemos recorrido sin límites, bien que se llame país, ciudad, barrio o mujer, como aquella a quien por antonomasia llamo Luces.
Somos sobrevivientes
La única predestinación posible es la muerte, pero no en alusión al momento ni a la forma sino al hecho mismo, pues la vida es azarosa. Por azar no viajamos en el bus que se accidentó ni estuvimos en el lugar del derrumbe ni pasamos la vía un momento antes ni estábamos en el sitio por donde pasó la bala. Pero sí pudimos haber estado allí. Es por eso por lo que todos somos sobrevivientes. Hasta cuando el azar no esté de parte nuestra.
Microorganismos vanidosos
Siendo la tierra un punto en la galaxia y tan solo un puntico en el universo, y teniendo en cuenta nuestro esmero por dañar este planeta que habitamos, podría decirse que somos unos inútiles y despreciables microorganismos. Valemos menos que todo lo demás, pero nos pavoneamos mostrando nuestras opacas plumas.
Mi mejor cosecha
Voy sembrando y cosechando: un día sembré una especie de punticos minúsculos y, al cabo de un tiempo, encontré zanahorias de color anaranjado intenso. Otro día sembré granos amarillos y resultó maíz de esbeltas espigas. Luego extraje papitas pegadas de raicillas, cuando había sembrado no más que una. Más tarde sembré granos redondos y resultaron plantas con vainas largas que tenían en su interior bellas arvejas. Pero, de pronto, cuando sembré nuevamente, resultó que las plantas eran devoradas por insectos que supieron de la ausencia de germicidas en mi sembrado. Entonces entendí que no era esta mi habilidad y que había cultivos más importantes a los que les estaba restando dedicación. Fue cuando decidí dedicarme a tres cultivos: la lectura, la escritura y ella. Porque, en el centro de mis cultivos, hay una mujer de hermosos labios y cabellos como resorticos.
Venganzas sutiles
Hay hechos que se perdonan, se perdonan y hasta se olvidan. Hay otros que se perdonan, pero que nunca se olvidan. Hay otros que, simplemente, no se perdonan. Pero hay otros hechos, otros extremadamente irracionales, de los que podría esperarse una venganza similar. Pero cuando no se obra con la fuerza sino con la inteligencia, las venganzas son sutiles. Sutiles pero contundentes.
Ideologías
Desde mi entender, que puede no ser gran cosa, la histórica lucha entre ideologías que ha caracterizado a la humanidad solamente termina cuando todos pensemos igual. Es decir, nunca.
Los ojos de los viejos
Aunque todo el cuerpo sea viejo, hay algo excepcional en él: los ojos de los viejos, como los de los jóvenes, aunque de manera diferente, se deslumbran al ver algunas mujeres. Tal vez el joven vea en ellas la posibilidad de pasar una buena noche. El viejo en cambio ve lo inefable. Quizá la mayor representación de dios. Tal vez por eso preguntó el viejo Gelman: “¿Y si dios fuera una mujer?” Y por eso también respondió el viejo Benedetti: “Nos acercáramos a su divina desnudez”. Luego, no hay por qué recriminarle al viejo que sus ojos quieran irse detrás de las muchachas.
Inmigrante
Para Alejo
Allá lejos, habitando como extranjero podrás mirar por tu retrovisor y ver toda cosa mala que hay en este país. Pero como el retrovisor no selecciona, también verás algunas cosas buenas. Entonces las tomás a todas y las metés dentro de un talego y luego revolvés bien y después metés la mano y sacás una cualquiera de las cosas y, si es cosa mala, pensarás si ha sido menester irse mientras que otros aquí tratan de mejorar la cosa. Pero si la que sacaste es cosa buena, sabrás que este país aletargado, a veces, también despierta para guarecernos a todos bajo techo seguro, a pesar de la inseguridad.
Espero
Espero que cuando se me acabe definitivamente el día, no necesite de alguien que me ampare y que tampoco me sienta miserable y perdido. Pero si acaso así fuera a ocurrir, espero tener la capacidad de adelantar la noche.
Equipaje
A veces salgo en mi bicicleta. Salgo muy de mañana llevando como equipaje mis melancolías aun dormidas y mis ánimos muy despiertos, porque lo que escribí ayer me gustó.
La vida
—¿La vida es milagro?
—No.
—¿Qué es?
—Esencia
—¿Esencia de qué?
—Del ser.
—¿De cuál ser?
—Del ser orgánico.
—¿Y el inorgánico?
—No vive.
—¿Pero dura más?
—Sí.
—¿Cuánto le cuesta vivir?
—Nada.
—¿Cuánto le cuesta al humano?
—Mucho.
—¿Y si no puede pagar?
—Sufre.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta cuando muera.
—¿Y qué pasa después?
—Entra al reino de los cielos.
—¿Morir es un premio?
— …