
Ilustración: Hernán Marín
“Es que les gusta mucho escarbarme la existencia”
Hay diferentes maneras de escarbar la existencia. La mejor, diría yo, es escarbársela uno mismo, hacer un auto escarbado interno para tratar de saber los porqués de lo infames que somos a veces. Pero esta manera de escarbarse uno mismo no es, en modo alguno, a lo que se refería Rosita. Ni siquiera se refería, sabiendo ya de su catolicismo, a posibles exámenes de conciencia hechos por alguno de esos curas a los que les gusta auscultar a desprevenidos e ingenuos feligreses, haciéndoles creer que tienen licencia divina para juzgar el comportamiento humano, en tanto ocultan —algunos de ellos, repito— su verdadera catadura perversa. A nada de esto se refería ella con eso de que “les gusta mucho escarbarme la existencia”.
Ella hablaba de los permanentes exámenes médicos a los que se vio sometida por su enfermedad. Pero valga decir que eran escarbados que ella misma quería que le hicieran, porque es sabido que a nadie le “escarban” el cuerpo sin su aprobación. De ello fuimos testigos todos los que estábamos cerca. Hasta podría decirse que, en ocasiones, llegaba casi al límite del masoquismo aceptando que la sometieran a pruebas diagnósticas, exámenes de laboratorio e intervenciones quirúrgicas que, en el caso de enfermedades como la que ella tenía, son más bien inútiles. “Les gusta mucho escarbarme la existencia” es una expresión de quien no quiere ser ejemplo de la debilidad humana frente a la inminencia de la muerte.
Claro que en algún momento sí se vio al cuerpo médico deseoso de saber el origen de su mal, pero ella entró en el juego al aceptar que se le “escarbara”, así no hubiera solución posible, simplemente para saber qué era lo que tenía o de dónde provenía su daño. Probablemente lo que Rosita hizo fue mostrarnos cuál es el camino que seguiremos muchos, por no decir todos, no obstante en momentos de goce saludable afirmemos que, llegado el día de la muerte, no nos prenderemos a la vida. Tal vez aun los que ahora decimos no, sí nos haremos escarbar hasta los tuétanos que, por cierto, fue uno de los lugares invadidos por el mal que la atacó a ella. No sé qué es lo que nos deja pegados en el deseo de vivir, sabiendo de lo irremediable que es el morir.
Ella hablaba de los permanentes exámenes médicos a los que se vio sometida por su enfermedad. Pero valga decir que eran escarbados que ella misma quería que le hicieran, porque es sabido que a nadie le “escarban” el cuerpo sin su aprobación. De ello fuimos testigos todos los que estábamos cerca. Hasta podría decirse que, en ocasiones, llegaba casi al límite del masoquismo aceptando que la sometieran a pruebas diagnósticas, exámenes de laboratorio e intervenciones quirúrgicas que, en el caso de enfermedades como la que ella tenía, son más bien inútiles. “Les gusta mucho escarbarme la existencia” es una expresión de quien no quiere ser ejemplo de la debilidad humana frente a la inminencia de la muerte.
Claro que en algún momento sí se vio al cuerpo médico deseoso de saber el origen de su mal, pero ella entró en el juego al aceptar que se le “escarbara”, así no hubiera solución posible, simplemente para saber qué era lo que tenía o de dónde provenía su daño. Probablemente lo que Rosita hizo fue mostrarnos cuál es el camino que seguiremos muchos, por no decir todos, no obstante en momentos de goce saludable afirmemos que, llegado el día de la muerte, no nos prenderemos a la vida. Tal vez aun los que ahora decimos no, sí nos haremos escarbar hasta los tuétanos que, por cierto, fue uno de los lugares invadidos por el mal que la atacó a ella. No sé qué es lo que nos deja pegados en el deseo de vivir, sabiendo de lo irremediable que es el morir.