Ilustración: Hernán Marín
Pensamientos de un preso
Capítulo 1.
Capítulo 1.
Porque sé que con ocasión de mi lucha hubo víctimas, pido perdón.
Pido perdón y voy a resarcir en todo cuanto me sea posible.
No obstante, nada más quiero a cambio. Nada: ni un indulto ni cargo público alguno.
Solamente el perdón de las víctimas, en la medida en que les sea posible.
Tal vez esta novela debería llamarse Confesiones. Al fin y al cabo, en mi condición actual, qué importa que el mundo sepa todo cuanto me ha movido en la vida, mis mayores aspiraciones, la razón de ser de mi lucha, mis amores, mis frustraciones. Mi lucha tuvo una causa, un propósito que no fue resuelto y me deja una pesadumbre con la que creo que no podré vivir tranquilo. Pero de eso nada importa ya. He perdido todo lo que amé, así que nada más podré perder. Ni siquiera podría compararme con alguno de mis compañeros de encierro por cuanto ellos están pagando condenas por delitos muy diferentes al mío. No era mi intención delinquir, ni hacerle daño a alguien. Ese no es mi caso. Yo quería ayudar. Sin embargo, no es una queja lo que pretendo con estas letras. Es algo mucho más grande: es mi vida. Sí: mi vida está aquí, en este escrito. Mi vida y mi muerte porque ya todo acabó para mí. He amado profundamente: a la vida, al que carece de lo básico y lucha por lo que necesita, al que no se deja pisotear, al que se entrega a lo que desea, a la mujer que me ha correspondido. A mi bella Rubia.
Así, podría decir que todo cuanto he hecho ha sido por amor. ¿Es esto delinquir? Tal vez sí para una sociedad que ha sido fundada en piso falso, en apariencias. Una sociedad de consumo que se apoya en la tecnología para crear necesidades que están muy por encima de lo que realmente se requiere para vivir. Una sociedad que, sin tener satisfechas sus necesidades básicas, se esfuerza por adquirir banalidades que jamás terminarán de llenar su existencia. A mí me duele la miseria en la que se debaten muchas de las familias de mi país. Ese fue el origen de mi lucha. Ahora siento una especie de traición que me hace preguntarme si todo esto, realmente, valió la pena. ¿Valió la pena, Rubia? ¿Es la manifestación de esta ambivalencia equiparable con el llanto, con el lamento? Perdóname si así lo consideras, pero, lejos de pretender una absolución o un indulto, quiero relatar todo cuanto hicimos y todo lo que nos hicieron. Esta es la versión que faltaba. Ésta, la que ya no importa que sea conocida. Voy a decirlo todo, para luego ir hasta donde te encuentras.
Pido perdón y voy a resarcir en todo cuanto me sea posible.
No obstante, nada más quiero a cambio. Nada: ni un indulto ni cargo público alguno.
Solamente el perdón de las víctimas, en la medida en que les sea posible.
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Tal vez esta novela debería llamarse Confesiones. Al fin y al cabo, en mi condición actual, qué importa que el mundo sepa todo cuanto me ha movido en la vida, mis mayores aspiraciones, la razón de ser de mi lucha, mis amores, mis frustraciones. Mi lucha tuvo una causa, un propósito que no fue resuelto y me deja una pesadumbre con la que creo que no podré vivir tranquilo. Pero de eso nada importa ya. He perdido todo lo que amé, así que nada más podré perder. Ni siquiera podría compararme con alguno de mis compañeros de encierro por cuanto ellos están pagando condenas por delitos muy diferentes al mío. No era mi intención delinquir, ni hacerle daño a alguien. Ese no es mi caso. Yo quería ayudar. Sin embargo, no es una queja lo que pretendo con estas letras. Es algo mucho más grande: es mi vida. Sí: mi vida está aquí, en este escrito. Mi vida y mi muerte porque ya todo acabó para mí. He amado profundamente: a la vida, al que carece de lo básico y lucha por lo que necesita, al que no se deja pisotear, al que se entrega a lo que desea, a la mujer que me ha correspondido. A mi bella Rubia.
Así, podría decir que todo cuanto he hecho ha sido por amor. ¿Es esto delinquir? Tal vez sí para una sociedad que ha sido fundada en piso falso, en apariencias. Una sociedad de consumo que se apoya en la tecnología para crear necesidades que están muy por encima de lo que realmente se requiere para vivir. Una sociedad que, sin tener satisfechas sus necesidades básicas, se esfuerza por adquirir banalidades que jamás terminarán de llenar su existencia. A mí me duele la miseria en la que se debaten muchas de las familias de mi país. Ese fue el origen de mi lucha. Ahora siento una especie de traición que me hace preguntarme si todo esto, realmente, valió la pena. ¿Valió la pena, Rubia? ¿Es la manifestación de esta ambivalencia equiparable con el llanto, con el lamento? Perdóname si así lo consideras, pero, lejos de pretender una absolución o un indulto, quiero relatar todo cuanto hicimos y todo lo que nos hicieron. Esta es la versión que faltaba. Ésta, la que ya no importa que sea conocida. Voy a decirlo todo, para luego ir hasta donde te encuentras.