Ilustración: Hernán Marín
“Si la regañaron, deje que algo vuele. Uno le pone cuidado a todo lo que le dicen y se amarga”
Ella lo dijo porque lo sabía. Lo aprendió de niña, en la finca donde estuvo gran parte de su vida, y ya no se le olvidó más porque así es lo que se aprende con la experiencia. Pero ahora veamos las razones de lo que afirmo: Rosita me contó que, en una oportunidad, quiso saber cuánta panela había en la despensa y así se lo hizo saber a una de sus hermanas quien, sin pensarlo mucho, aceptó la propuesta que le hizo. Se trataba de contar, una a una, el bulto de panela que recién había traído su padre para preparar café y complementar el desayuno o el almuerzo de la mucha gente que había en la finca. Se dieron entonces a la tarea pero, en vista de que se les confundían las panelas que ya habían contado con las que faltaban, decidieron marcarlas a mordiscos. Marcaron y marcaron y marcaron panelas hasta que ya no pudieron más y creo que nunca terminaron de contar las que había. Cuando sus padres las descubrieron, vino el castigo de la madre y el enojo, severo enojo de su padre, lo cual tanto le dolía a ella. Entonces ella “dejó que algo volara” y pronto se olvidó de la reprimenda.
Alguna vez decidió, junto con la misma cómplice hermana, divertirse a expensas de su abuelo. Se agenciaron sendas ruanas y sombreros masculinos, para parecer muchachos traviesos, y fueron a esconderse en un rastrojo para esperar el paso del anciano. Cuando éste pasaba junto a ellas le gritaron, simulando la voz de un muchacho: “Ey viejo: ¿para dónde vas tan despacio?”. El “viejo”, en apariencia, no hizo caso del llamado. Ellas repitieron la chanza y, cuando éste pasó de largo, se adelantaron por otro camino hasta llegar a la casa, corriendo veloces como lo hacen las niñas en tanto que él iba lento como es propio de los viejos. Así, Rosita y su hermana tuvieron tiempo de quitarse sus disfraces. Cuando lo vieron llegar, corrieron a saludarlo, en sus rostros pintada la picardía y la satisfacción por haber pasado inadvertidas. Su abuelo no respondió al saludo sino que, al llegar la mamá, le dijo: “Estas muchachitas estaban escondidas gritándome: “Viejo: ¿para dónde vas tan despacio?” Entonces llegó el castigo. Su hermana salió gimiendo y Rosita, de nuevo, esgrimió su táctica para no amargarse.
Esta táctica era la que le posibilitaba volver rápidamente a sus andanzas. Así por ejemplo, como a ella le gustaba observar muy bien lo que pasaba en la finca, sobre todo en lo atinente a los animales, pudo darse cuenta de que, cuando un animal moría, pronto estaba en el cielo algún gallinazo que iba volando en ronda, en tanto se acercaba a su presa y, luego, bajaba para posársele encima. Como ella asoció la quietud del animal muerto con el acercamiento del ave, decidió engañarlo: se fue al monte y se tiró en un pequeño claro para que pudiera ser vista desde lo alto. Se aquietó y allí se estuvo por mucho, mucho rato. Cuando sus padres notaron su ausencia salieron a buscarla, junto con algunos trabajadores que había en la finca. Así fue como, en lugar del gallinazo, vino el regaño y entonces ella, nuevamente, dejó “volar algo” para no “amargarse” la existencia. Ese fue su secreto para vivir contenta como los colores que le gustaban.
Alguna vez decidió, junto con la misma cómplice hermana, divertirse a expensas de su abuelo. Se agenciaron sendas ruanas y sombreros masculinos, para parecer muchachos traviesos, y fueron a esconderse en un rastrojo para esperar el paso del anciano. Cuando éste pasaba junto a ellas le gritaron, simulando la voz de un muchacho: “Ey viejo: ¿para dónde vas tan despacio?”. El “viejo”, en apariencia, no hizo caso del llamado. Ellas repitieron la chanza y, cuando éste pasó de largo, se adelantaron por otro camino hasta llegar a la casa, corriendo veloces como lo hacen las niñas en tanto que él iba lento como es propio de los viejos. Así, Rosita y su hermana tuvieron tiempo de quitarse sus disfraces. Cuando lo vieron llegar, corrieron a saludarlo, en sus rostros pintada la picardía y la satisfacción por haber pasado inadvertidas. Su abuelo no respondió al saludo sino que, al llegar la mamá, le dijo: “Estas muchachitas estaban escondidas gritándome: “Viejo: ¿para dónde vas tan despacio?” Entonces llegó el castigo. Su hermana salió gimiendo y Rosita, de nuevo, esgrimió su táctica para no amargarse.
Esta táctica era la que le posibilitaba volver rápidamente a sus andanzas. Así por ejemplo, como a ella le gustaba observar muy bien lo que pasaba en la finca, sobre todo en lo atinente a los animales, pudo darse cuenta de que, cuando un animal moría, pronto estaba en el cielo algún gallinazo que iba volando en ronda, en tanto se acercaba a su presa y, luego, bajaba para posársele encima. Como ella asoció la quietud del animal muerto con el acercamiento del ave, decidió engañarlo: se fue al monte y se tiró en un pequeño claro para que pudiera ser vista desde lo alto. Se aquietó y allí se estuvo por mucho, mucho rato. Cuando sus padres notaron su ausencia salieron a buscarla, junto con algunos trabajadores que había en la finca. Así fue como, en lugar del gallinazo, vino el regaño y entonces ella, nuevamente, dejó “volar algo” para no “amargarse” la existencia. Ese fue su secreto para vivir contenta como los colores que le gustaban.