Dos títulos y dos finales para el mismo cuento
Cierto día, una amiga me contó lo sucedido entre tres perros que jugaban cerca al lugar en donde ella vive. Luego de conocer la historia, quise transcribirla tratando de reproducir lo que sería un comportamiento lógico motivado por el instinto de estos animales. Entonces construí la primera versión del cuento Lógica de un instinto, con el final original de la narración de mi amiga. Luego, cambié el final y ajusté la narración, buscando que esta nueva versión se acercara más a un cuento infantil, al que titulé Cuando los perros se aparean. Los nombres de los personajes los mantuve tal como eran en la realidad, por considerarlos ajustados al propósito del cuento.
Lógica de un instinto
La hembra se mostraba coqueta al pasar cerca a los dos machos. Teo, que jugueteaba con Tango, vió pasar a Nutela perseguida por su olor de hembra en celo. Tango, que también la vio pasar, interrumpió su juego para correr tras ella. A pesar de su estado, Nutela parecía indiferente, interesada apenas en husmear aquí y allá como si estuviera buscando dentro de la tierra lo que iría a satisfacer su instinto perruno de apareamiento.
Aunque era notoria su inferior masa corporal, y tal vez porque eso mismo le abonaba mayor agilidad, Tango llegó primero hasta donde se encontraba Nutela. Entonces acercó su hocico a la fuente de placer de la hembra para oler y lamer lo que ya consideraba suyo. Al punto llegó Teo para apartar al que, en segundos, se había convertido en su rival. Sin importarle la diferencia en tamaño de su contrincante, Tango le gruñó en señal de amenaza. No iba a permitir que le quitaran lo que consideraba su conquista.
En tranto, Nutela parecía seguir indiferente, mientras que Teo ya estaba sumido en un embeleso que lo llevó a ignorar el gruñido de Tango. Pero éste no estaba dispuesto a darse por vencido. Los juegos que había sostenido con Teo hacía apenas un momento eran solamente eso: un momento en la vida. Ahora, Nutela era la vida toda. Con los colmillos al viento, Tango se abalanzó contra Teo. Éste, como sabiendo que estaba en juego su honor perruno, respondió, al tiempo que se blandía para escapar de los colmillos de Tango, que no quería rendirse. Nutela seguía husmeando, sin importarle ser el origen de la riña. De pronto, sintió que un macho se le trepaba, jadeante, vigoroso, con olor a Teo. Entonces giró un poco su cuerpo y reconoció a Tango tirado en el piso, con la cabeza contra la roca que lo había recibido en la caída.
Cuando los perros se aparean
Nutela era una perrita que acostumbraba correr y juguetear con sus dos mejores amigos: Teo, que era un perro grande y fornido, y Tango que, por ser de menor contextura, le tenía mucho respeto a Teo y hasta un cierto temor, a pesar de su vieja amistad. En una ocasión, Nutela, que ya tenía como ocho meses de edad, se mostró muy coqueta al pasar cerca a los dos machos.
Esto era algo nuevo para sus dos amigos, pues ella nunca se había acercado a un perro haciendo gala de tal coquetería. Entonces Teo, que jugueteaba con Tango, vió pasar a Nutela y sintió que un cierto olor la perseguía. Era un olor que lo atraía, que lo hacía emocionar. Tango, que también la vio pasar y también sintió ese olor de hembra en celo, interrumpió su juego para correr tras ella. A pesar de su estado, Nutela parecía indiferente, interesada apenas en husmear aquí y allá como si estuviera buscando dentro de la tierra lo que iría a satisfacer su instinto perruno de apareamiento. Aunque era notoria su inferior masa corporal, y tal vez porque eso mismo le abonaba mayor agilidad, Tango llegó primero hasta donde se encontraba Nutela. Entonces acercó su hocico a la vagina de la perrita, que era la fuente de placer de la hembra, para oler y lamer lo que ya consideraba suyo.
Al punto llegó Teo para apartar al que, en segundos, se había convertido en su rival. Sin importarle la diferencia en tamaño de su contrincante, Tango le gruñó en señal de amenaza. No iba a permitir que le quitaran su conquista. Nutela parecía seguir indiferente, mientras que Teo ya estaba sumido en un embeleso que lo llevó a ignorar el gruñido de Tango. Pero éste no estaba dispuesto a darse por vencido. Los juegos que había sostenido con Teo hacía apenas un momento eran solamente eso: un momento en la vida. Ahora, Nutela era la vida toda.
Con los colmillos al viento, Tango se abalanzó contra Teo. Éste, como sabiendo que estaba en juego su honor perruno, respondió, al tiempo que se blandía para escapar de los colmillos de Tango, que no quería rendirse. Nutela seguía husmeando, sin importarle que fuera ella el origen de la riña. De pronto, sintió ella que un macho se le trepaba, jadeante, vigoroso, con olor a Teo. Entonces giró un poco su cuerpo y reconoció también a Tango, que la miraba con deseo, esperando la oportunidad de poder treparse encima de ella. Ninguno de los tres sabía que pronto empezarían a crecer nuevos cachorros dentro del vientre de Nutela.
Lógica de un instinto
La hembra se mostraba coqueta al pasar cerca a los dos machos. Teo, que jugueteaba con Tango, vió pasar a Nutela perseguida por su olor de hembra en celo. Tango, que también la vio pasar, interrumpió su juego para correr tras ella. A pesar de su estado, Nutela parecía indiferente, interesada apenas en husmear aquí y allá como si estuviera buscando dentro de la tierra lo que iría a satisfacer su instinto perruno de apareamiento.
Aunque era notoria su inferior masa corporal, y tal vez porque eso mismo le abonaba mayor agilidad, Tango llegó primero hasta donde se encontraba Nutela. Entonces acercó su hocico a la fuente de placer de la hembra para oler y lamer lo que ya consideraba suyo. Al punto llegó Teo para apartar al que, en segundos, se había convertido en su rival. Sin importarle la diferencia en tamaño de su contrincante, Tango le gruñó en señal de amenaza. No iba a permitir que le quitaran lo que consideraba su conquista.
En tranto, Nutela parecía seguir indiferente, mientras que Teo ya estaba sumido en un embeleso que lo llevó a ignorar el gruñido de Tango. Pero éste no estaba dispuesto a darse por vencido. Los juegos que había sostenido con Teo hacía apenas un momento eran solamente eso: un momento en la vida. Ahora, Nutela era la vida toda. Con los colmillos al viento, Tango se abalanzó contra Teo. Éste, como sabiendo que estaba en juego su honor perruno, respondió, al tiempo que se blandía para escapar de los colmillos de Tango, que no quería rendirse. Nutela seguía husmeando, sin importarle ser el origen de la riña. De pronto, sintió que un macho se le trepaba, jadeante, vigoroso, con olor a Teo. Entonces giró un poco su cuerpo y reconoció a Tango tirado en el piso, con la cabeza contra la roca que lo había recibido en la caída.
Cuando los perros se aparean
Nutela era una perrita que acostumbraba correr y juguetear con sus dos mejores amigos: Teo, que era un perro grande y fornido, y Tango que, por ser de menor contextura, le tenía mucho respeto a Teo y hasta un cierto temor, a pesar de su vieja amistad. En una ocasión, Nutela, que ya tenía como ocho meses de edad, se mostró muy coqueta al pasar cerca a los dos machos.
Esto era algo nuevo para sus dos amigos, pues ella nunca se había acercado a un perro haciendo gala de tal coquetería. Entonces Teo, que jugueteaba con Tango, vió pasar a Nutela y sintió que un cierto olor la perseguía. Era un olor que lo atraía, que lo hacía emocionar. Tango, que también la vio pasar y también sintió ese olor de hembra en celo, interrumpió su juego para correr tras ella. A pesar de su estado, Nutela parecía indiferente, interesada apenas en husmear aquí y allá como si estuviera buscando dentro de la tierra lo que iría a satisfacer su instinto perruno de apareamiento. Aunque era notoria su inferior masa corporal, y tal vez porque eso mismo le abonaba mayor agilidad, Tango llegó primero hasta donde se encontraba Nutela. Entonces acercó su hocico a la vagina de la perrita, que era la fuente de placer de la hembra, para oler y lamer lo que ya consideraba suyo.
Al punto llegó Teo para apartar al que, en segundos, se había convertido en su rival. Sin importarle la diferencia en tamaño de su contrincante, Tango le gruñó en señal de amenaza. No iba a permitir que le quitaran su conquista. Nutela parecía seguir indiferente, mientras que Teo ya estaba sumido en un embeleso que lo llevó a ignorar el gruñido de Tango. Pero éste no estaba dispuesto a darse por vencido. Los juegos que había sostenido con Teo hacía apenas un momento eran solamente eso: un momento en la vida. Ahora, Nutela era la vida toda.
Con los colmillos al viento, Tango se abalanzó contra Teo. Éste, como sabiendo que estaba en juego su honor perruno, respondió, al tiempo que se blandía para escapar de los colmillos de Tango, que no quería rendirse. Nutela seguía husmeando, sin importarle que fuera ella el origen de la riña. De pronto, sintió ella que un macho se le trepaba, jadeante, vigoroso, con olor a Teo. Entonces giró un poco su cuerpo y reconoció también a Tango, que la miraba con deseo, esperando la oportunidad de poder treparse encima de ella. Ninguno de los tres sabía que pronto empezarían a crecer nuevos cachorros dentro del vientre de Nutela.